viernes, 28 de noviembre de 2014

Crítica a la crítica

Hay que aprender a respetar la óptica ajena; y confieso que no siempre predico esto con el ejemplo. Mala mía. Pero déjenme y les predico, ya luego usted decidirá si hacerme caso o no. No me condenen sin conocer mis limitaciones y sobre todo sepa que lo importante, en muchos casos, es el qué y no el quién. 

Cada quien elige con qué ojos ve la vida; y la diferencia de óptica no implica que una sea mejor o peor. A continuación un ejemplo práctico.

En una sala de cine, al ver una película que trate el tema de embarazo adolescente, todos tendrán una percepción distinta del filme. Todos se enfocarán en el aspecto que más le importe, agrade, sea familiar, convenga o afecte.

Aparecerá un economista que base su atención en el impacto económico, negativo, que representa para un estado tener menores embarazadas.
Un médico, pensará en los daños futuros que puede acarrear un embarazo a destiempo en la mujer.
Un religioso, lo ve como materia prima para su próximo discurso; enfocando el embarazo en adolescentes como una prueba de lo mal que va el mundo ahora que el fin se acerca.
Un psicólogo, piensa en el trauma para la adolescente y luego la mala crianza que, por inmadurez, dará a la criatura.
Un cinéfilo, alabará lo convincente escenas, la fotografía; la buena elección de la música; lo atinado de las locaciones, etc.
Un político, ve una oportunidad de campaña. Idealiza un plan para llegar a la juventud y ganar su voto vendiendo la educación sexual como objetivo principal de su gobierno.
Un sociólogo, se remonta a los viejos tiempos cuando las mujeres eran entregadas por sus padres a "hombres con futuro” con apenas 13 años y no pasaba nada.
Un jurista, por su parte, piensa en por qué no se aplican sanciones a los familiares de la menor y a quien la embarazo, en caso de que este fuera mayor de edad y repasa en su mente el Código del Menor.
Un periodista, asocia el largometraje con la realidad local e idea un reportaje para crear consciencia.
Un científico, se va por lo rentable que es vender pastillas anticonceptivas y del día después a instituciones del gobierno para que las repartan a las familias de escasos recursos.
Luego un conservador dice que botó su dinero al ir a ver ese disparate. Que esa película no hace más que promover la inmoralidad sexual.

Todos esos enfoques son válidos, es algo muy de cada quien; que a usted no le guste, o los crea pocos relevantes, ambiciosos, arribistas, anticuados, fanáticos y demás, son otros quinientos.

Lo que está mal es poner como fallido cierto punto. Y esto es algo en lo que he fallado muchas veces; de hecho, escribir sobre esto es fallar. Una de las frustraciones más grandes es tratar de explicar nuestro punto y no ser entendidos ya sea por desinterés o por ignorancia.

Pero debemos llegar a un punto en que respetemos la diversidad. Un punto en que se pueda vivir juntos sin revolvernos. Un punto en que se ponga en práctica eso de que "respeto tu opinión pero no la comparto”. Y es contradictorio que mi punto quiera decir a los demás cómo ha de ser el suyo; pero, si nuestro punto no respeta otros puntos, tenemos que revisar nuestro punto. Hasta para tener un punto se necesita un punto.

Así que voy a criticar la crítica.

A la hora de hacer una crítica hay que pensar en qué se quiere lograr con ella.Toda crítica es buena y aceptable, incluso la mala. El pensamiento es lo más personal que puede tener un individuo. Nadie puede ni debe decir cómo se debe pensar. Pero lo que sí se puede pedir que se piense sobre lo que se piensa.

Hay que pensar qué queremos lograr al hacer una crítica. Saber si es un interés personal o colectivo lo que condiciona nuestra crítica. Si el objetivo es afectar o apoyar. Si se busca afectar es entendible; lo que no es entendible es que con nuestra crítica busquemos vender una idea errada de las cosas solo porque la confusión nos beneficie.

Hay comentario que informan, desinforman; alaban, maldicen; ensalzan, humillan; juzgan, justifican... ¿Cómo son los suyos? ¿Qué lo mueve a comentar? ¿Qué intenta lograr? ¿A quién quiere beneficiar o perjudicar?

Es curiosos que sea precisamente yo que critique la crítica; el hecho de tener un blog exclusivo para cuestionar y criticar puede perjudicar, o respaldar, mi discurso. Al emitir una critica intento entender ciertas conductas que, por mi ignorante raciocinio, entiendo afectan a mayorías.

Y es cierto, todo el que hace opinión busca de un modo u otro vender su punto como el correcto. Es un fallo que muchos cometemos. El ser imparciales es algo que no usamos al cien por cien al hacer opinión. Mala nuestra. Pero busquemos el punto medio; un punto en que no sea lo que yo quiero ni lo que usted quiera. Un punto donde se puedan ver los dos lados de la moneda para aplaudir lo bueno y condenar lo malo todo en una misma crítica.


Entonces, volviendo al ejemplo del cine, sí, es bueno tener, expresar y querer que otros compartan nuestra óptica. Pero, por favor, saquémos un tiempo para tratar de pensar cómo piensa el otro ante un tema. Cuando una medida x le afecte, pregúntese a quién beneficia y a quién perjudica, a parte de a usted. Es lo mismo que he intentado hacer al plantear el ejemplo inicial, pensar cómo pensarían otros y creo que me he acercado un poco a la realidad. Ahora la meta es llevarlo a más que letras.

Así que sí, critiquemos, pero seamos críticos al criticar

jueves, 20 de noviembre de 2014

Juan: el de los bolígrafos


Lo vi en el Metro. Estaba leyendo y sentí la necesidad de marcar algo en la página, y el  único bolígrafo que cargaba era negro y no tiene sentido resaltar con negro. Le pregunté si me podía prestar algo con que marcar; en seguida abrió su mochila sacó un puñado de bolígrafos y me pasó uno, negro. Al final me dijo que me lo quedara y como estaba bien chulo (el bolígrafo) no me negué a aceptarlo. Como es la primera vez que recibo un 'boli' de regalo, decidí bautizarlo con el nombre de quien me lo dio, tuve que preguntarselo, y resulto ser: Juan.

Lo demás fluyó solo. Preguntó que leía, pregunté si conocía al escritor, me recomendó un libro con título similar de un tal “Mars”... en fin.

Le pareció raro que las personas no habían comenzado a amontonarse en las puertas del vagón, como de costumbre, no entiendo, como si no fueran a salir todos -dijo con sarcasmo-. Le expliqué que, por lo general, eso se hace cuando se está en un vagón lejano a las escaleras y que las personas se acercaban a la puerta para salir antes de que la multitud. Le pareció razonable el argumento.

Nos bajamos del Metro; nos perdimos de vista por un rato y al final subimos al mismo carro. Vive a tres barrios del mío.


Le costó trabajo recordar mi nombre. Dice que no se le dan bien los nombres poco comunes.
Trabaja en Amway, en el área administrativa, hace 3 años. Estudiaba Ingeniería pero se cambio a Mercadeo y estudia inglés en Progressive English.

Le llama mucho la atención ver gente leer, son pocos los que tienen el hábito -lamentó-. En su caso, lee un libro al mes y ha leído varios de liderazgo y temas por el estilo. Le gusta mucho la lectura por los muchos aportes que brinda: aumentar el vocabulario, la cultura, la ortografía...

Como trabaja en Amway, constantemente recibe bolígrafos promocionales, por eso tiene muchos. Dice que no le pesa regalarlos. Los regala todos menos uno que es del Hilton. Lo tiene como recuerdo de su viaje a Massachusetts. Cuando estuvo de vuelta al país traía 14 iguales y los fue regalando; este es el único y lo usa en la camisa.

Ese fue Juan, el extraño del día. Escribiendo esto descubro que lapiz y lapicero son lo mismo. A diferencia de lo que la cotidianidad me había enseñado: Un lápiz o lapicero es un instrumento de escritura o de dibujo. Una mina o barrita de pigmento y encapsulado generalmente en un cilindro de madera fino.

domingo, 2 de noviembre de 2014

El y sus frenos

Don El*, tiene algunos 60 años, largos. Es simpático, suelto de palabra y todo una biblia. Es doctor en Ciencias Sociales. Fue catedrático en la UASD y es un amor. Es tan sencillo, cálido, agradable, sabio...  No sé si sea el hecho de nunca haber tenido abuelos, pero disfruto mucho hablar con envejecientes. Sería una buena idea si quemaran todos los libros y mandaran un abuelo a cada escuela para que se dedicara a hablar, simplemente hablar.

Lo vi por primera vez hace al menos 3 semanas; estaba sentado en la segunda butaca de la última fila de la sala de cine. Se hacía acompañar solamente de sus anteojos y ojos bien abiertos, como siempre. No le presté mucha atención. Siempre está en el cine cuando hay películas históricas en cartelera (al menos cuando se presentan esas que lo veo). Nunca cabecea. Nunca toma nada. Nunca hace ruido. Nunca parece disconforme.



Anoche entré a la sala más temprano de la cuenta, y ahí estaba él: en el segundo asiento de la última fila, como siempre. Me senté en la misma fila, como de costumbre, pero esta vez a tres lugares de distancia con él, y algo me inspiró a moverme a su lado y hablarle. 

Me contó que vivía ahí cerca y que por eso siempre, que había una película buena, pasaba por allá. Me habló sobre sus amigos que también frecuentan el cine; me dijo las profesiones de cada uno (doctor, ingeniero, abogada, profesora, economista) y en qué parte de la sala se sentaban y cómo se conocieron. Me dijo que le gusta mucho el cine, el histórico y documental en específico. Hablaba con admiración de la historia de Alemania, la cual dijo, es una de las naciones que más admira en el mundo, por la forma en que ha sabido reponerse luego de las devastaciones dejadas por las guerras. Y ahí estaba yo: de lo más entregada hablando de historia internacional con don El. 

No sé en qué momento me fijé en su sonrisa, pero una vez lo hice no pude sacarla de mi mente. Don El, tenía frenos, a sus 60 y tantos. No le importa su edad, usa frenos, como probablemente lo hacen sus hijos y sus nietos. Usa frenos y eso no le impide reír.


Con la sonrisa metalizada de don El, comprobé que la edad es mental. Que no importa qué tantos años se tenga de vida para hacer lo que se quiere, siempre que por dentro se mantenga el espíritu joven y la mejor forma de ser joven por mucho tiempo es retrasando el envejecimiento cerebral mediante el ejercicio de pensar.

De repente, bailaban en mi mente las tantas personas que he oído decir: estoy muy mayor (viejo) para eso; especialmente para ir a la escuela, aprender un oficio o idioma nuevo... enamorarse... c hacerse un corte de cabello, cambiarse de color, aprender a usar la tecnología. Me veía incluso yo, al impedirme hacer cosas como  aprender a nadar o bailar, por eso de que estoy muy grandecita para estar dando show.


Ojalá sean más los que se animen a hacer hoy lo que debieron, quisieron o, simplemente, no pudieron, hacer en el pasado; incluso, usar ortodoncia.

Carpe Diem.


*El es la abreviación que doy su nombre, por eso aparece en mayúscula y sin acento en todo el texto.