miércoles, 29 de octubre de 2014

Añoranza

Ayer me tomé el tiempo para observarles.

Eran tan iguales. Parecían ser producto de la imaginación de la misma persona, carente de imaginación.
Eran la misma esencia pero en empaques distintos.

Sus portes y sonrisas tan posadas, como si vivieran en constante exposición ante las cámaras, como con aires de top model.
Sus cabellos y vestimentas inmaculados, al igual que sus pies y manos.
Sus rostros, a veces maquillado y otras llevando de adorno solo el “brillo natural”, expresaba una especie de mueca temblorosa que no lograba descifrar, a pesar de haberla visto en más de un rostro.
Sus voces, al igual que sus risas, eran muy bajas, entender lo que decían era un sacrificio. Pareciera que no emitían ningún sonido.

Llegué a casa y en seguida peiné mi cabello; me puse el vestido que mejor hablaba de mí, un poco de maquillaje y sonreí frente al espejo. Pero de nada valió, seguía siendo yo. Noté que me faltaba la sonrisa y ese je ne sais quoi en los ojos. Dejé de sonreír y un tanto frustrada me senté buscando explicación a aquel fracaso en mi intento de imitarles.

Luego, al repasarles en mi memoria, por un buen rato, me di cuenta que sus sonrisas no eran posadas, o tal vez sí, pero eran producto de su necesidad de parecer perfectas ante quienes les veían. Lo mismo con sus poses... querían ser el centro de su atención y por eso dedicaban horas y horas a cuidar su apariencia y formas. Por eso reían y  hablaban en bajo tono: sus sonidos estaban reservados para quien los provocaba. Y en cuanto a sus rostros, entendí que en sus ojos no había más que el reflejo de quien tenían en frente. Ese a quien regalaban sonrisas, tiempo, esmero, atenciones y sobre todo: su querer

Entonces entendí que, para ser una ellas, necesitaba tener una compañía como las que tenían ellas.

#SigoSoltera